Llevan tanto tiempo casados que ya ni recuerdan la última vez que vieron las estrellas por separado; siendo de Madrid, ni siquiera recuerdan la última vez que vieron las estrellas. Él, de nacimiento marinero y enfermero de profesión, vive acostumbrado al rielar de su esperanza en el mar del destino. Ella, gata castiza y médico de formación, diagnostica con precisión cada descontrol que la vida le pone. Entre los dos un todo, la típica historia que los tiempos modernos pintan al revés.
En su historia, tras tantos lustros, al fin la casa era hogar. Tras algunas décadas y el vuelo del último gorrión con la promesa de convertirse en águila y no ceder ante los buitres, al fin la hipoteca de la descendencia aparecía saldada. En el horizonte, se dibujaba libertad. Era el primer mes y octubre tocaba los últimos acordes de su melodía, dando paso a noviembre.
Pasaron los días, corrieron las noches, y el segundo mes dijo adios.
Diciembre empezaba unas horas antes más al este, en la ciudad china de Wuhan, donde sin que nadie lo supiera, se daban los primeros casos de una neumonía atípica de origen desconocido, algo que, todavía nadie lo imaginaba, cambiaría el mundo, su mundo. El tercer mes.
Enero, siempre con su eco de algo nuevo, sabía a una rutina ya adquirida y vino acompañado de visitas sorpresa: la primera, la de los hijos en el destierro temporal, agradable agradecimiento del tiempo invertido. La segunda, nuevas noticias de algo que crece en el lejano oriente; no hay que preocuparse, dicen. A occidente estas cosas nunca llegan, piensan todos. El cuarto mes.
Febrero fue el mes del acercamiento. Las mudanzas como la de su primogénito ayuda a estar más unidos. Un virus, de nombre científico Covid-19, que ya presenta los primeros casos en europa, supone una noticia no tan buena, pero el gobierno les tranquiliza: aquí pueden darse, como mucho, algunos casos importados. No hay peligro de contagio local. Al final, ya hay quien habla del peligro que puede suponer, pero no son más que los paranoicos de siempre. Italia, el país que parece más afectado a este lado del planeta, está tomando medidas y no va a haber mayor problema. Ellos, preparados, no caerán en ese básico, sino que mantendrán la calma y normalidad. Va siendo momento de pensar en las vacaciones de Semana Santa, en la que se irán a aquella casita de la playa que ha sido refugio de la gran ciudad durante los últimos años. El quinto mes.
Marzo despuntaba preocupante. En el centro de salud de ella, en la periferia de la capital, se apreciaban los casos de lo que ya parecía una crisis imparable. En el hospital de él, recuerdo de un médico y pensador español, las urgencias no eran suficientes y todas las plantas empezaban a reacomodarse en unidades de infecciosos y UCI. Sin embargo, mientras de puertas adentro se agotaba el material y los sanitarios empezaban una cadena de contagios y bajas que hacía temblar el sistema de salud, de puertas afuera todo seguía igual, con bares llenos, discotecas abarrotadas y manifestaciones de todo tipo que se sucedían en las calles del país. Quizás, piensan ellos contra su sentido común pero a favor de su tranquilidad, se equivocan, pues los epidemiólogos (los verdaderos expertos en el tema) parecen inclinados por no hacer nada.
¿Qué cambió, piensan ahora, en menos de una semana para decretar el estado de alarma? El domingo animaban a la movilización ciudadana, el viernes nos dicen que no podremos salir mañana. Ahora resulta ya tarde para lamentarse y pronto para la necesaria crítica futura. Pero para ellos nada empieza ahora. En los últimos días han llegado a la sección de digestivo enfermos de lo desconocido, con mascarillas de oxígeno, respiradores y otro montón de instrumental con el que no están familiarizados. Del otro lado, ellos tienen unas batas de papel y alguna de las famosas mascarillas FPP2 que, dicen, filtran hasta el 92% del aire. Los EPIs escasean y su calidad es más que dudosa. Recuerdan a aquellos héroes anónimos de Chernobyl. Les mandan a morir.
El espíritu de sacrificio no conoce límites y los dos entregan todo hasta llegar rotos a casa. Las decisiones de ella son de vida o muerte, sobre si podrá salvarse tal o cual persona en el hospital o por el contrario colapsará el sistema y morirá irremediablemente solo en una habitación aséptica. Es duro firmar las defunciones por coronavirus cuando no les han realizado ni la prueba. Para él no es más sencillo, entrando en cada habitación de noche, mientras descansa el paciente, para velar por ellos, para tratar de dar un día más a cada historia que aún se tiene que contar.
Aquel cuarto no parecía diferente: una paciente, madre reciente, con una mascarilla de alto flujo. Lo único que cambiaba es que el aparato estaba roto. Sin miedo, él se pone su equipamiento y protegido por bata, guantes y mascarilla, entra a arreglar el instrumental. No es su trabajo, pero nadie más lo va a intentar. Puede, otra vez, salvar una vida. La chica nunca lo agradecerá, ni se acordará de su cara o pensará en él cuando, 5 días después, le empiece la fiebre tras una merecida siesta. Se aísla en casa mientras ella, orgullosa, lo cuida y visita regularmente, le hace compañía y prepara lo que necesita. Solo lo deja por las mañanas. Hay más gente que necesita su ayuda.
Cuando ya marzo toca a su fin llega lo temido: empiezan las dificultades respiratorias y la placa confirma la neumonía bilateral. Mal pronóstico, y más para un hipertenso. Sexto mes.
Abril, el mes del agua no saben si por las lágrimas o por la lluvia, arranca con él intubado. Hay que esperar, con miedo y resignación, mientras ella sigue salvando vidas mientras se juega la suya. Ese es el cometido de los héroes, aunque nunca hablen y nadie sepa sus nombres. Quizás alguno pueda, en este séptimo mes, descansar.