lunes, 13 de abril de 2020

Historias sobre nuestros héroes. Desde el silencio.


Llevan tanto tiempo casados que ya ni recuerdan la última vez que vieron las estrellas por separado; siendo de Madrid, ni siquiera recuerdan la última vez que vieron las estrellas. Él, de nacimiento marinero y enfermero de profesión, vive acostumbrado al rielar de su esperanza en el mar del destino. Ella, gata castiza y médico de formación, diagnostica con precisión cada descontrol que la vida le pone. Entre los dos un todo, la típica historia que los tiempos modernos pintan al revés. 

 En su historia, tras tantos lustros, al fin la casa era hogar. Tras algunas décadas y el vuelo del último gorrión con la promesa de convertirse en águila y no ceder ante los buitres, al fin la hipoteca de la descendencia aparecía saldada. En el horizonte, se dibujaba libertad. Era el primer mes y octubre tocaba los últimos acordes de su melodía, dando paso a noviembre. Pasaron los días, corrieron las noches, y el segundo mes dijo adios. 

 Diciembre empezaba unas horas antes más al este, en la ciudad china de Wuhan, donde sin que nadie lo supiera, se daban los primeros casos de una neumonía atípica de origen desconocido, algo que, todavía nadie lo imaginaba, cambiaría el mundo, su mundo. El tercer mes. 

 Enero, siempre con su eco de algo nuevo, sabía a una rutina ya adquirida y vino acompañado de visitas sorpresa: la primera, la de los hijos en el destierro temporal, agradable agradecimiento del tiempo invertido. La segunda, nuevas noticias de algo que crece en el lejano oriente; no hay que preocuparse, dicen. A occidente estas cosas nunca llegan, piensan todos. El cuarto mes. 

 Febrero fue el mes del acercamiento. Las mudanzas como la de su primogénito ayuda a estar más unidos. Un virus, de nombre científico Covid-19, que ya presenta los primeros casos en europa, supone una noticia no tan buena, pero el gobierno les tranquiliza: aquí pueden darse, como mucho, algunos casos importados. No hay peligro de contagio local. Al final, ya hay quien habla del peligro que puede suponer, pero no son más que los paranoicos de siempre. Italia, el país que parece más afectado a este lado del planeta, está tomando medidas y no va a haber mayor problema. Ellos, preparados, no caerán en ese básico, sino que mantendrán la calma y normalidad. Va siendo momento de pensar en las vacaciones de Semana Santa, en la que se irán a aquella casita de la playa que ha sido refugio de la gran ciudad durante los últimos años. El quinto mes.

 Marzo despuntaba preocupante. En el centro de salud de ella, en la periferia de la capital, se apreciaban los casos de lo que ya parecía una crisis imparable. En el hospital de él, recuerdo de un médico y pensador español, las urgencias no eran suficientes y todas las plantas empezaban a reacomodarse en unidades de infecciosos y UCI. Sin embargo, mientras de puertas adentro se agotaba el material y los sanitarios empezaban una cadena de contagios y bajas que hacía temblar el sistema de salud, de puertas afuera todo seguía igual, con bares llenos, discotecas abarrotadas y manifestaciones de todo tipo que se sucedían en las calles del país. Quizás, piensan ellos contra su sentido común pero a favor de su tranquilidad, se equivocan, pues los epidemiólogos (los verdaderos expertos en el tema) parecen inclinados por no hacer nada. 

 ¿Qué cambió, piensan ahora, en menos de una semana para decretar el estado de alarma? El domingo animaban a la movilización ciudadana, el viernes nos dicen que no podremos salir mañana. Ahora resulta ya tarde para lamentarse y pronto para la necesaria crítica futura. Pero para ellos nada empieza ahora. En los últimos días han llegado a la sección de digestivo enfermos de lo desconocido, con mascarillas de oxígeno, respiradores y otro montón de instrumental con el que no están familiarizados. Del otro lado, ellos tienen unas batas de papel y alguna de las famosas mascarillas FPP2 que, dicen, filtran hasta el 92% del aire. Los EPIs escasean y su calidad es más que dudosa. Recuerdan a aquellos héroes anónimos de Chernobyl. Les mandan a morir.

 El espíritu de sacrificio no conoce límites y los dos entregan todo hasta llegar rotos a casa. Las decisiones de ella son de vida o muerte, sobre si podrá salvarse tal o cual persona en el hospital o por el contrario colapsará el sistema y morirá irremediablemente solo en una habitación aséptica. Es duro firmar las defunciones por coronavirus cuando no les han realizado ni la prueba. Para él no es más sencillo, entrando en cada habitación de noche, mientras descansa el paciente, para velar por ellos, para tratar de dar un día más a cada historia que aún se tiene que contar. Aquel cuarto no parecía diferente: una paciente, madre reciente, con una mascarilla de alto flujo. Lo único que cambiaba es que el aparato estaba roto. Sin miedo, él se pone su equipamiento y protegido por bata, guantes y mascarilla, entra a arreglar el instrumental. No es su trabajo, pero nadie más lo va a intentar. Puede, otra vez, salvar una vida. La chica nunca lo agradecerá, ni se acordará de su cara o pensará en él cuando, 5 días después, le empiece la fiebre tras una merecida siesta. Se aísla en casa mientras ella, orgullosa, lo cuida y visita regularmente, le hace compañía y prepara lo que necesita. Solo lo deja por las mañanas. Hay más gente que necesita su ayuda. 

 Cuando ya marzo toca a su fin llega lo temido: empiezan las dificultades respiratorias y la placa confirma la neumonía bilateral. Mal pronóstico, y más para un hipertenso. Sexto mes.

 Abril, el mes del agua no saben si por las lágrimas o por la lluvia, arranca con él intubado. Hay que esperar, con miedo y resignación, mientras ella sigue salvando vidas mientras se juega la suya. Ese es el cometido de los héroes, aunque nunca hablen y nadie sepa sus nombres. Quizás alguno pueda, en este séptimo mes, descansar.

jueves, 6 de junio de 2013

Los efectos de una sonrisa

Se despertó exaltado, bañado en un sudor frío que le mojaba de los pies a la cabeza, pero a la vez con  una impoluta sequedad. Desde hacía tres días, una misma pesadilla se repetía insistentemente en su cabeza: una mujer de bellas facciones y blancos vestidos dando vueltas a su casa tras un velo de oscuridad y misterio, parando de vez en cuando a mirar por la ventana que daba directamente al bosque; pero, cada vez que se acercaba a ella a preguntarla qué hacía ahí a esas horas de la noche, ésta se esfumaba, como si del vapor de una locomotora saliendo de la estación se tratase.

Hacía ya cuatro años que, tras la muerte de su esposa, se había retirado a una acogedora cabaña en la montaña huyendo de los recuerdos que la ciudad le traía. Aún apartado del mundo, nunca había tenido problemas de soledad; una cabra y un cachorro de pastor alemán hacían las veces de la compañía que necesitaba. Su día a día, no le aseguraba un mañana, tan solo le permitía un hoy, que era un poco más de lo que él alcanzaba a desear desde el accidente de la que fue su princesa. 
A la vez, el tiempo parecía no pasar, y la libertad que encontraba en la ausencia de molestos vecinos le permitían pasar horas mirando la frondosa maleza que se abría a los pies de su habitación dejando su casa como una simple isla en un mar de verde. Al fin y al cabo, estos últimos meses habían sido muy tranquilos, pero estos últimos días... aquella pesadilla y su posible significado le estaba atormentando y apenas le dejaba pegar ojo. Buscando tranquilizarse y volver a reconciliarse con Morfeo, bajó (con paso decidido pero tembloroso aún por su repentino despertar) a su estrecha cocina, insuficiente quizás y antigua seguro, pero capaz de albergar una nevera.
Cuando estaba hecho más de la mitad del viaje, un cuerpo formado por un destello de luz cruzó su salón; un escalofría recorrió su cuerpo, mientras que un acto reflejo provocado por una mezcla entre temor y enfado por el allanamiento, le llevó a salir casi corriendo tras la figura. Salió rápidamente por la puerta de entrada, pasando a una velocidad que no recordaba poseer por el recibidor, el jardín se veía hoy más apagado que nunca, pero eso le permitía ver mejor a la pálida figura que perseguía.
Durante más de 342 metros, continuó la carrera, sin saber cuando parar, chocando con ramas y raíces que componían el paisaje del bosque, hasta que cerca del un acantilado sin fondo, la mujer se dio la vuelta, sus negros ojos se posaron sobre los de su perseguidor, y una misteriosa mueca en su cara, similar a una sonrisa, le dejó ver sus bellos y blanquecinos dientes. Segundos después, y sin dejar de mirarle, el ende se mantuvo flotando sobre el vacío del corte montañoso hasta desaparecer, como si nunca hubiese existido.
Antes de darse cuenta, estaba cayendo al vacío y chocando contra las piedras que formaban la pared rocosa. No había podido evitarlo, y no le costó mucho saber por qué: se había enamorado de su sonrisa

lunes, 3 de junio de 2013

Las voces del pasado




Recuerdo que desde hace mucho tiempo, aunque no desde el principio, oigo gente que no veo, sueño cosas que no corresponden... he hablado sobre ello con mucha gente y cada uno me cuenta una historia: mis amigos dicen que estoy loco, el cura del pueblo habla de que en mi vive el diablo... pero ninguna acaba de convencerme; al fin y al cabo, nadie sabe lo que siento mejor que yo, así que he decidido indagar y descubrir yo mismo la solución a mis problemas, y empezaré por el principio.
La memoria me lleva al origen, cuando “las voces” se alojaron por primera vez en mi mente...fue un día lluvioso, como tantos otros aquí, pero tenía algo de especial, era mi comienzo en Galicia, había abandonado mi cómoda y confortable casa en Madrid para viajar al frío norte en busca de un misteria, una espeluznante historia que contar en mi blog la noche más terrorífica del año. Aunque era famoso por mis relatos de miedo, nunca lo había sentido en mis propias carnes, nunca hasta que llegue a aquella vieja y abandonada aldea, donde contaba la leyenda que se encontraban las almas errantes cuando el sol bañaba la tierra del deseo.
-¿Quién se creerá esas viejas historias de brujas, fantasmas y maldiciones?- le pregunté a mi compañero Luse...¡Luse! es cierto, a esta “aventura” vine con alguien, no me acordaba... 
-Los necios e incultos pueblerinos- me contestó.
Pasamos aquella tarde entera visitando las casas, tiendas y empedrados de esa aspiración a pueblo hasta que al crepúsculo, una intensa tormenta eléctrica empezó a castigar aquellas condenadas calles, sus construcciones y, junto a ellas, a nosotros. Teníamos que refugiarnos como y donde fuese; miramos a izquierda y derecha, pero la incesante caída del agua había traído consigo una impenetrable niebla que impedía que viésemos más allá de 3 pasos de distancia.
-¡A la iglesia!- oí que gritaba mi compañero mientras que un luminoso rayo daba un aspecto
azulado a su tez.
Aunque tan sólo unos minutos antes había admirado aquella majestuosa construcción, el fría, la oscuridad, y el principio de un incontrolable pánico me desorientaron hasta hacerme perder la misma noción del tiempo, de modo que el único método de llegar a la parroquia era seguir a mi amigo, rápidamente lo busqué por la zona, y cuando al fin conseguí atisbar su silueta, así su mano fuertemente, impidiendo que sus dedos y los míos resbalasen y me volviese a perder. Pero justo en ese momento, empezó una intensa carrera de unos 50 metros que me costaron como si de 200 se tratasen, no podía respirar, las piernas me ardían y la cabeza... ya no me caía nada, miré adelante y ví esa imponente cruz; habíamos llegado.
-Pasaremos aquí la noche y mañana, cuando haya escarpado, grabaremos lo que haya que
grabar- me anunció mientras se metía más y más adentro.
Personalmente, aquel lugar me producía escalofríos, sabía que estábamos solos, pero sentía que cientos de ojos me observaban, que podía oir los susurros del silencio que reinaba cual león en la selva del ayer.
Investigando un poco, tras una quebrada puerta de madera descubrí unas descendientes escaleras y decidí bajar en busca de algo útil en aquel sótano. Pero cuando apenas llevaba 10 peldaños recorridos, unos cansados pasos sonaron a mi espalda. Aterrorizado, giré rápidamente la cabeza y ví como una sombra se reflejaba por el hueco por el que unos instantes antes mi cuerpo penetraba en la penumbra. Apenas le dí importancia, si sólo Luis y yo estábamos, sería Luis, por lo que como había empezado, seguí con mi camino que se me asemejaba al descenso al infierno. Cuando ya me quedaba menos de la mitad del desnivel, el ya conocido ruido de pisadas volvió a aparecer, solo que ahora parecía estar a menos distancia... casi automáticamente, mi cuello empezó a rotar para ver que querría mi camarada pero cuando llevaba la trayectoria casi terminada, comprendí que no era él... ante mis ojos, a apenas un palmo de distancia, se encontraban unos amoratados y hundidos ojos en contraste con la pálida y absorbida cara que habitaban. El miedo me congeló los músculos y nada pude hacer para evitar ese empujón. Caí rodando mientras chocaba violentamente con todos los peldaños. Cuando mi cuerpo quedó inerte sobre el suelo, algo húmedo y caliente bañó mi cabeza... era mi propia sangre, saliendo a borbotones de entre la mata de pelo que llevaba; entonces intenté evitarlo, aguantar algo de tiempo y conseguir gritar, pero el peso de mis párpados pudo más y nubló mi mente hasta que dejé de ver.No me lo podía creer, al final las leyendas eran verdad, sí que existían las ánimas, y aquella iba a ser la última lección que la vida me daría. No se cuanto tiempo estuve en ese estado, pero cuando conseguí volver a abrir los ojos, un gran coro de desconocidos me rodeaban y atosigaban. No reconocía ninguna cara, pero aquellas personas me habían salvado; fue en ese momento cuando empecé a escuchar las primeras voces en mi cabeza.
-No hay nada que hacer, esta muerto- dijo la pionera de ellas.
Desde entonces han sido incesantes, y he tardado muchos dias, meses o años en comprender definitiva y claramente esas primeras palabras, pero hoy por fin lo he conseguido, ¿y qué si estoy muerto? me encuentro muy a gusto aquí, y no me voy a mover en toda la eternidad, al fin y al cabo, aquí empezó y acabó mi historia.